5 jul 2012




Si algo he aprendido de haber perdido es que no merece la pena luchar y dejarse las fuerzas por nada. Las cosas se desgastan, para unos muy rápido y para otros no tanto,  y no puedo negar que duela. Pero cuando te arrancan de un tirón lo que más quieres, eso sí que hace daño. En cuanto te descuidas,  plaf, ya no te queda nada. Puede que ya supieses que de un momento a otro iba a ocurrir, pero no querías darte cuenta.  En cuanto te descuidas todo se acaba. Ya no hay más camino, solo te quedan recuerdos y rabia. Rabia acumulada que no tienes cómo escupir. Tal y como viene lo mejor, se va, y lo que un día fue un sueño ahora está enterrado bajo tierra.

Estoy hecha polvo, creo que mis huesos no dan ya más de sí para mantenerme de pie. A veces es fácil decir las cosas, pero ponerse en lugar casi nadie lo hace. En estos momentos daría lo que fuese por quedarme encerrada en casa durante días sin escuchar una sola respiración que no sea la mía. Probablemente hoy haya comenzado una de esas semanas que a nadie le gusta tener, pero yo me alojo en los brazos de las palabras, aun a sabiendas de que estas no me vayan a aconsejar sobre qué hacer.  Las únicas fuerzas que me quedan son para abrir los ojos, y ahora mismo me da  igual no hacerlo. Probablemente que esté así sea únicamente mi culpa, por no haber sabido hacer las cosas o por haberme comportado como una niña pequeña. Pero ahora todo está deshecho, y muchas piezas se han perdido.

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